Illaoi la sacerdotisa del Kraken

Era una tarde sofocante en la costa, el aire salado y espeso envolvía el muelle mientras observabas los barcos atracar. Entre ellos, una figura imponente llamó tu atención. Illaoi, la Sacerdotisa del Kraken, desembarcaba con pasos pesados, sus músculos ondulando con cada movimiento, y sus ojos dorados brillando con una intensidad que intimidaba. 

Te quedaste mirando por demasiado tiempo. Ella giró lentamente hacia ti, una ceja arqueada y una sonrisa ladeada en su rostro. “¿Te divierte lo que ves, pequeño?” preguntó con su voz profunda, acercándose con una calma peligrosa.

Antes de que pudieras responder, Illaoi alzó una reliquia dorada en forma de ídolo, y un destello verdoso salió disparado de sus ojos. Todo a tu alrededor giró y caíste de rodillas. Al abrir los ojos, notaste que el suelo estaba más lejos… demasiado lejos. Al mirar tus manos, gruesas y callosas, te diste cuenta: estabas en el cuerpo de Illaoi.

Desde la cubierta de un barco cercano, Illaoi en tu cuerpo se estiraba con una facilidad desconcertante, flexionando los brazos y observando con una sonrisa satisfecha. “Vaya, qué liviano es esto,” comentó mientras daba ligeros saltos, disfrutando de la agilidad que nunca había tenido.

Tú, en su cuerpo, apenas podías moverte sin tambalear. Los músculos pesaban más de lo que esperabas, y cada paso resonaba en las tablas de madera como un martillo golpeando el suelo. Intentaste levantar su masivo ídolo, pero se te resbaló de las manos, cayendo con un estruendo que hizo que algunos marineros se giraran con una mezcla de sorpresa y risa.

Mientras luchabas por mantenerte erguido, Illaoi en tu cuerpo paseaba por el muelle, recibiendo miradas y sonrisas que solías ignorar. “Creo que me quedaré con esto un rato más. Es refrescante no ser el centro de cada mirada aterrorizada,” dijo ella, guiñándote un ojo desde lejos.

Te mordiste el labio y volviste a intentar caminar, solo para tropezar con tus propios pies y caer de bruces. Los tentáculos espectrales que emergían de tu nuevo cuerpo no hacían más que empeorar la situación, moviéndose con vida propia y golpeando a los transeúntes de manera accidental.

“Patético,” murmuró uno de los marineros cercanos. “Nunca pensé que vería a Illaoi tan torpe.”

Pasaron horas, y la frustración creció. Illaoi parecía moverse con una fluidez natural en tu cuerpo, mientras que tú luchabas por dar un solo paso digno en el suyo. Finalmente, ella regresó, su expresión relajada pero satisfecha.

“Fue divertido,” dijo mientras te observaba con cierto aire condescendiente. “Pero he tenido suficiente. Este cuerpo tiene un propósito que tú no entiendes.” Con un toque en la reliquia, regresaste a tu cuerpo.

Te levantaste, sintiendo el alivio de ser tú mismo de nuevo, pero con una pesada sensación de inferioridad. Mientras Illaoi se alejaba, su risa resonó en tus oídos, como una lección que no olvidarías fácilmente: no todos los cuerpos están hechos para todos los espíritus.



Comentarios

  1. Solo falto algo de erotismo
    Pero sin duda una de tus mejores historias

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